Un amigo mío
era el más listo de la pandilla
en cuestiones de dinero.
No hacía planteamientos sofisticados.
Simplemente, su sentido común
le permitía prever los acontecimientos
tal como en realidad sucedían
e interpretarlos correctamente.
Con este sencillo procedimiento
amasó una buena fortuna
y ayudó a que otros lo hicieran,
pues la amistad era una de sus grandes debilidades.
Sin embargo, era austero,
decía que le gustaba el dinero en abstracto,
pero sus gustos eran económicos.
Sentía curiosidad por todo,
también por la cultura,
pero no deseaba profundizar
más allá de ciertos límites,
pues, según comentó en cierta ocasión,
“la muerte es una tragedia tan grande
que, si pensamos en ello,
la vida se convierte en algo inaceptable”.
Creo que concebía la existencia
como un viaje que uno debía realizar
rodeado de buenos amigos,
por ello, cuando observaba
que los viejos se quedaban solos
y perdían sus puntos de referencia,
no hacía el menor comentario,
pero su silencio era el discurso más elocuente.
También consideraba
que todo era un juego
y uno debía participar en él
de la mejor manera posible.
¿Por qué había que hacerlo?
era otro tema prohibido.
En resumen: organizó su vida de forma tan perfecta
que era la envidia de cuantos lo rodeaban
y tal vez fue así feliz,
pero cuando se lo pregunté
respondió que naturalmente
esa era otra pregunta sin respuesta.
Hoy, en esta noche palpitante,
mi corazón está triste.
¡Pero mi corazón siempre está triste!
Le gusta emborracharse con el vino
que nunca más tocará mis labios
y demorarse en los rostros
que nunca más lo acogerán en sus pupilas.
Mi corazón ama las estaciones vacías,
las estrellas muertas, los planetas abandonados,
los lugares donde el tiempo se convierte en cazador inmóvil
al acecho de la eternidad.
Hoy, en esta noche como todas las noches
y sin embargo tan hermosa,
mi corazón tiende una trampa al olvido
para que mi amigo no se vaya sin mí.
Comentarios recientes