De vez en cuando uno tiene la creencia
de que la vida se abre en dos.
Una que se pierde entre el humo de las calles,
confundiéndose con la gente,
transformándose en otros rostros,
allí donde bulle la sangre
que busca entre la piel y los huesos.
Y otra que se esconde en lo oscuro,
buscando luces en la inmensidad,
hallándose en los límites ciegos,
allí donde la atmósfera es clara,
y se confunde con el alma de las mariposas.
Pero también uno descubre
que es bueno adentrarse en
el corazón de las ventanas,
donde se funden luces y sombras,
flores y manos,
cristales y horas,
donde palabras y voces
crean tenues hilos de seda.
Divino canto, de Fina Doménech. Ed. Vitruvio. Número 308 de la Colección Baños del Carmen.
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