El cerco
Ahora que la noche
tiene ese aroma de la fruta
madura, y llueve, ven
aquí. Sin prisa; deja
que el agua y que la luz discurran
ya sin nosotros; ven, acércate
a este fuego. Las llamas
arden para los dos. No importa
que no haya velas encendidas.
Basta con avivar
de cuando en cuando los rescoldos. Echa
algún recuerdo (la memoria
arde como las ramas secas
de un nido); dale al fuego
todo lo que te pida, todo
lo que no sea posible retener en los labios.
Llueve en la calle, pero
ahora que conoces ya mi nombre,
no tengas miedo a la intemperie. Es larga
la noche, sin embargo
será más larga aún
la hoguera. Ya no importa
salir al mundo, porque al otro lado
de esos cristales, puede
que el mundo ya haya sido borrado por la lluvia.
Aquí, en tu piel, tal vez se encuentre ahora
ese último espacio
habitable del mundo.
Ahora que tenemos
toda la sombra por delante,
sólo es preciso alimentar la hoguera
con más recuerdos, con
más libros, con más mapas
de islas y ciudades que habrán sido
también borradas por el agua. Acércate
sin prisa. No preguntes.
No te preguntes nada. Sólo
procura que este fuego no se apague.
No puede haber respuestas
que expliquen este tiempo detenido.
Haz un ramo de luz con esas llamas
para hacer frente al miedo
o a la noche. No rompas
la piel de esta burbuja
que estallaría sólo con besarla.
Antes de que el invierno
nos ponga cerco, llena
las copas. Nadie sabe
cuándo amanecerá. Sólo sabemos
que queda fuego para compartirlo.
Ahora, que está lloviendo para siempre,
es el momento de apagar las llamas
o no dejarlas extinguirse
nunca. Ahora que el frío
se adueña poco a poco de la casa.
Ahora que todo puede
suceder todavía.
Ahora que ya conozco tu nombre
y sé que nunca
tendrá un nombre más bello la derrota.
La erosión y sus formas, de Pedro Antonio González Moreno. Ed. Vitruvio, Número 134 de la Colección Baños del Carmen, 2007.
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