Diciembre era
como un trozo de niebla,
un navajazo inoportuno,
un adiós desmedido.
Hay meses que tienen
espinos y cenizas en sus manos,
que sus números son conjuros
de heridas
y pérdidas.
Diciembre sabe
que basta un instante para marcharse,
que solo en un instante se vive,
que es suficiente para eternizarlo
un poco de calor
y de canela.
Ya sé que todos tenemos que morirnos,
que somos eventuales,
que eterno, eterno,
es solo el gazpacho
y este instante en que te nombro.
Ya sé lo de las cervicales,
del apuro de que ya nadie te preste,
que todos te tachen de bebedor y piensen
que no queda confianza para darte.
Ya sé que de la escuela solo nos queda
geografías de papel y aire,
y la voz que se apaga por las tardes
en cuadernos de dos rayas y desdichas.
Ya sé que todos tenemos que morirnos
aunque solo la muerte de los demás
nos lo recuerde.
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