Cuando le amé no me amaba.
Era del todo imposible.
Lloraba en mi hombro
Añorando aquél que, por otro muchacho, lo abandonó.
Hace años viví lo mismo
Y en alguien a quien no podía amar hube de refugiarme.
Nos embriagamos. E íbamos de viaje,
Juntos pero cada uno huyendo de sí mismo.
Nos drogábamos. ¿Cómo no iba a comprenderle?
Encima, me gustaba. De alguna manera
Le alegraba aunque sabía, en su desolador estado,
Que yo era poco más que un divertimento.
Ahora he sabido que, inesperadamente,
Quien fue su amor ha muerto, joven, agraciado
Y con un futuro brillante que se trunca.
Pensando en ellos he pasado insomne todas estas noches.
Y he llorado sintiendo que
Su dolor también es un poco mío.
Me pregunto, perdida toda esperanza de volver a él,
Ya que no cree en dioses,
Por cuánto tiempo
Y en qué brazos buscará efímera compañía,
Vana protección, inútil amparo.
Hijo de mortales, de Alberto Lauro. Ediciones Vitruvio. Premio Ciudad de Cieza-Luys Santamarina, 2011.
Uno de los grandes poemarios que he leído.