El fugitivo
Llegó a la choza cuando aún se escuchaba,
a lo lejos, el canto de la iluminada abubilla
y del avefría madrugador.
Sonrió a la tierra húmeda por la nieve,
al olor de tantos calderos que crepitaban
dentro de las paredes.
Desde la ventana vio la angustia
de los olivos y salió afuera,
al viento confiado de la mañana,
al sol de los emperadores
que tardaba en ponerse en lo alto.
Entre las piedras de granito que circundaban
las nevadas orquídeas, escribió su nombre
sin otra voluntad que arraigar
su permanencia entre los mortales.
Era suyo el olor de los generosos montes,
la lira de aquel árbol solitario erguido
en el centro de las sabinas, la transparente
mordaza que cubría los arroyuelos.
Territorio para el fuego, de Javier García Cellino. Ed. Vitruvio, número 321 de la Colección Baños del Carmen.
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